jueves, 31 de octubre de 2013

Nicolás Maduro (a.k.a. "El Colombiano") insiste en imponer controles para reducir la inflación y el desabastecimiento, cavando su propia tumba

VenePirámides 
ProDaVinci reporta que los controles producen escasez, inflación y corrupción es una verdad de tamaño universal. En Venezuela, además, esto es un hecho comprobado teórica y empíricamente. Los intentos de control de precios durante el segundo período presidencial de Rafael Caldera, ¿en qué derivaron? En un incremento sustancial de precios. ¿En qué terminaron convertidos los controles aplicados durante el gobierno de Luis Herrera Campins? ¿En una horda de presos o en un aumento de precios? ¿En qué paró aquella Conacopresa de Jaime Lusinchi? Más distorsiones. ¿Y en qué derivó el intento de control de Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato? Precios desbordados, inflación, desasbastecimiento y todas las consecuencias históricas En resumen: no es nada nuevo sino más de lo mismo cuando se intentan resolver los problemas controlando. El grave problema que ahora enfrenta el gabinete de Maduro es que, cuando se establece un sistema de controles, las distorsiones que eso genera presionan a nuevos controles para atender el problema que generó el anterior. Y luego otro para tratar el rollo del segundo. Y así sucesivamente hasta dar con una espiral que siempre termina muy mal. Y mientras más se demoran en tomar las acciones que conduzcan las dinámicas hacia un equilibrio, mucho más costosas y más impactantes serán las consecuencias. No es un asunto chavista ni de oposición: el germen de esta crisis es económico, no político. ¿Pero está equivocado el gobierno en todas sus afirmaciones? Depende. Es cierto que cuando revisamos cuál es el debate que proponen y vemos la insistencia que hacen desde la retórica oficial en el tópico de un supuesto golpe de estado como amenaza constante uno tiende a ubicar el tema en el plano político y desechar su validez económica. Pero sí hay algunos elementos donde tienen razón. No en el golpe de estado, pero si, por ejemplo, al decir que hay factores que amplifican el problema, como el contrabando de extracción, las distorsiones de precios y la corrupción en el uso de las divisas. Es obvio que hay gente que recibe dólares a Bs. 6,30 y los vende en el mercado negro, como también hay empresas que reciben divisas baratas a precio oficial y colocan los precios de sus productos usando como referencia los índices del mercado negro. El argumento de los costos de reposición es cierto cuando no se reponen en la segunda compra. ¿Pero qué hacer cuando pasaste años recibiendo barato y vendiendo caro, pero no se ejecutó el riesgo de la pérdidas por reposición? También es cierto que algunos comerciantes pequeños pueden estar optando por el acaparamiento y que muchas de las distorsiones de precios están vinculadas con elementos tan variados como el papel de los buhoneros. Y no es falso que hay algunas empresas que están produciendo lo mínimo indispensable, pues temen quedarse ensartadas con facturas en bolívares que se volverán sal y agua tan pronto ocurra una devaluación. Todo eso es verdad. Pero resulta más que evidente que ésas son las distorsiones típicas de los controles y que ha pasado una y otra vez en la historia económica de la humanidad. El responsable, entonces, no es el receptor de la política pública equivocada, sino quien la diseña y la ejecuta. No es que sea falso que estas distorsiones existen, sólo que no se puede hablar de las consecuencias sin referirse a las causas. Además, el discurso oficial olvida mencionar que estas distorsiones no ocurren por culpa del sector formal, ni de las grandes empresas productivas, ni de las empresas nacionales hipermegareguladas, ni de las grandes corporaciones transnacionales ni de las empresas con tradición histórica. Ocurren por la enorme cantidad de empresas de maletín que aparecen para aprovecharse de la distorsión cambiaria y, en muchos casos, de las importaciones públicas. ¿Por qué hay gente que compra dólares baratos y los vende caros? Pues porque pueden debido a la distorsión creada y porque, si congelan el precio de la divisa a un valor ridículamente bajo, la demanda explota. Cuando se establece un sistema de reparto discrecional de divisas, eso automáticamente se traduce en dos eventos clásicos: ineficiencia en el reparto y corrupción. Con un diferencial que oscila entre 500% y 800% entre los precios de CADIVI Y SICAD y los del mercado negro, los estímulos a las operaciones ilegales son gigantes: las condiciones actuales son tan excesivas que convierten el hecho de revender divisas baratas en un negocio más rentable que la cocaína. Y la ilegalidad no lo hace menos atractivo, sino más caro. Por lo tanto, al distorsionar el precio se impide que el mercado funcione y eso estimula el acaparamiento y el desabastecimiento. Es absurdo responsabilizar a las empresas grandes que operan en Venezuela de la actual crisis cuando resulta que en Colombia, en Panamá y en Perú, por ejemplo, están estos mismos empresarios. Incluso en Nicaragua y en Brasil, para nombrar algunos de los países amigos de la revolución. Es decir: están los mismos empresarios pero no están los mismos problemas. ¿Cuál es la diferencia entonces? ¿Los empresarios o las políticas públicas? Obviamente hay dos razones que ocasionan el desabastecimiento y la inflación. La primera tiene que ver con una expansión desproporcionada de la demanda, producida por una expansión impresionante de la liquidez monetaria (la cantidad de dinero que circula en la economía) que presiona los precios y complica el abastecimiento. El segundo gran problema es la contracción de la oferta. ¿Por qué? Porque no hay divisas fluidas, porque no se pueden reconocer los costos en los precios y porque el entorno empresarial es hostil. Este sistema, por definición, no puede funcionar. No es que haya gente robándose los reales: es que se los estás regalando, en lugar de ponerlos a funcionar en beneficio de políticas que estimulen, por ejemplo, la producción nacional. Un control de los precios por debajo de los costos de producción tiene sólo dos finales: o desaparece el producto o aparecen en el mercado negro. Y a estos niveles no puedes tapar el sol con un dedo. Cuando a un río se le obstaculiza su salida principal, busca alternativas y acaba con todo por donde pasa. Cuando el discurso oficial plantea que el culpable de la crisis es un golpe económico en contra del gobierno, parece esquivar el problema real. Puede que sea una buena estrategia política de corto plazo y que algunos se lo crean, pero si se lo creen ellos mismos nos estaremos alejando cada vez más de una solución real, pues estarán apuntando a un objetivo equivocado y el problema permanecerá vivito y coleando. ¿Cómo se puede pensar que la solución al problema de desabastecimiento es incrementar la participación del Estado, cuando lo que ha quedado demostrado es que el incremento de la participación del Estado es la causa de la caída de la producción en distintos rubros como leche, azúcar, aceite, cemento o cabillas? La gente necesita soluciones económicas concretas mucho más que discursos políticos encendidos. Tampoco puede resolverse el tema con populismo. Más temprano o más tarde tendrán que asumir una política seria que, sin duda, representará costos económicos tales como la inflación, la desinversión y la contracción momentánea de la economía. Y ninguna de esas palabras pertenece a la lista de “acciones populares”. A lo largo de los últimos cuarenta años nunca se ha roto la correlación que existe entre percepción de crisis y evaluación negativa de gestión. Nunca.

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