Una de las profesiones más antiguas del mundo, conjuntamente con la prostitución, es la de banquero. El banquero no es más que un comerciante del dinero, que lo “compra” a sus depositantes de manera temporal mediante el pago de una tasa de interés, y lo vende a sus prestatarios mediante el cobro de una tasa de interés superior a aquella que paga por sus depósitos. Ese diferencial se llama “spread”; de él sufraga el banco sus gastos y lo que sobra es la utilidad del banquero. En los bancos tradicionales o manejados de manera ortodoxa suele ser un negocio rentable, de resultados estables y poco volátiles en el tiempo. En los bancos no tradicionales, o en aquellos en los cuales la rentabilidad tradicional es considerada insuficiente, se suele invertir en “otros activos” que pueden o no pagar una renta fija pero tienen un alto potencial de apreciación (o depreciación). Entre esos “otros activos” han aparecido en los balances de los bancos inversiones inmobiliarias, en materias primas, en acciones de otras empresas, “hedge funds” y otros activos financieros. Como una manera de limitar las inversiones de los bancos en esos activos se produjeron las normas de Basilea, que fundamentalmente requieren de los bancos que estos mantengan unas relaciones de capital propio fijadas por los reguladores, en las cuales las inversiones “consumen” más capital en la medida en que se incrementa su riesgo y volatilidad. Por ello, los bancos típicamente tienen una estructura de inversiones piramidal, siendo las inversiones más cuantiosas las que menos riesgo representan, y reduciéndose su cuantía en la medida en que el riesgo asociado a las inversiones es mayor.
Por ese motivo, resulta impensable que un banco pueda tener invertidos en acciones cotizadas en bolsa más del 5% de sus activos, pues las acciones son tremendamente volátiles y presentan un alto potencial de apreciación, pero también un alto riesgo de pérdida. En un año como el 2008, en el cual el S&P 500 cayó el 38.48%, un banco que hubiera invertido el 5% de sus activos en ese índice hubiera experimentado una pérdida de cartera del 1.92% que sin ser catastrófica, es importante para un banco.
Estas reflexiones vienen al caso porque Stanford International Bank (SIB) tuvo, para el cierre del ejercicio fiscal concluido el 2007, el 52.67% de sus activos invertidos en acciones cotizadas en bolsa (Durante el 2006 esa proporción fue del 53.07% y 50.75% en el 2005). Si mantuvo esa proporción de inversión en acciones durante el 2008 (aún no han sido publicados sus balances auditados), habrá perdido el 20.27% de sus activos (unos US$ 1.430 millones) y también perdido su capital de US$ 406 millones (todas las cifras tomadas de los estados financieros al 31/12/07).
Sin duda la estructura de activos de SIB no es consistente con la banca tradicional y se asemeja más a la de un “Hedge Fund”. El problema fundamental en es que en un “Hedge Fund” el inversionista es “dueño” de una cuota parte del fondo y no le garantizan un rendimiento determinado. En SIB, a pesar de tener estructura de inversiones de un “Hedge Fund” le garantizan altos rendimientos a sus depositantes mientras invierten sus haberes se “invierten” de forma altamente riesgosa. Será interesante ver los resultados de SIB para el 2008.
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