lunes, 22 de julio de 2013

La especulación como cortina de humo para evadir hablar del fracaso de las políticas anti-inflacionarias de Maduro

VenePirámides 
Poco habría que agregar al comprobado fracaso de las políticas anti inflacionarias de esta y la anterior administración. Portador del dudoso honor de ser una de las naciones con los mayores dígitos anuales de inflación en el mundo, el gobierno bolivariano intenta zafarse del brete evadiendo cualquier ejercicio que los ponga a compararse con otras naciones: debemos tener presente cualquiera de las hecatombes económicas que se han registrado en la Venezuela del pasado para darle gracias a Dios, ya que son éstos y no otros nuestros gobernantes. El fracaso del gobierno actual en el combate a la inflación ha sido explicado en ocasiones por sus propios voceros, presume uno que de forma involuntaria. Jorge Giordani y Alí Rodríguez han afirmado varias veces que el cuadro inflacionario nacional tiene una causa estructural que se asienta en la crónica debilidad del aparato productivo nacional. Mientras no se produzca suficiente, y se tenga que importar, mientras la demanda supere a la oferta de bienes, la inestabilidad de los precios estará garantizada. El resto de los economistas existentes en el país, entretanto, han expresado hasta la saciedad eso que a cualquier mortal ligeramente empapado de nociones de economía le podría lucir más o menos evidente: que tanto el anclaje de precios como el control cambiario han resultado dos instrumentos inútiles de política económica; que el ingreso petrolero coloca en manos de la gente dinero para comprar bienes que no existen, puesto que no se producen, y que tal circunstancia los encarece; y que la agresiva estrategia de expropiación de activos adelantada por el estado sólo ha servido para que la nación sea el propietaria de una amplia gama de sociedades mercantiles inservibles y quebradas. Emerge entonces una silenciosa pero poderosa fibra de empresarios vinculados al negocio de la importación, con enorme talento para engordar sus bolsillos a la sombra de la espesa y ridícula quincalla verbal de carácter patriotero que tanto emociona a los altos funcionarios oficiales. El gobierno sabe que para sacudirse de la responsabilidad de su fracaso parte con una ventaja natural sobre sus detractores. Es mucho más sencillo, y más útil, convertir a la inflación en un problema político. Siendo una verdad incontrovertible que la comprensión del fondo del problema sobre las causas de la inflación y el deterioro general del aparato productivo nacional tiene unos aditamentos que se le pueden escapar al grueso de la población, se trata entonces de desarrollar una eficaz estrategia propagandística para convertir el problema en un asunto sentimental. Se trata, entonces, de otorgarle a instancias como el Indepabis y la Sundecop atribuciones de carácter plenipotenciario: funcionarios que desarrollan una adecuada secuencia de visitas a medios de comunicación, y trabajan duro para hacerse populares con sus opiniones, y organizan espectaculares operativos propagandísticos para que la opinión pública crea que ambas instancias, pueblo y gobierno, son víctimas de una conjura antinacional de la que siempre será responsable el último eslabón de la cadena de comercialización: los dueños de abastos y automercados. Aunque a muchos nos parezca un auténtico chiste, es en ese contexto que debemos ubicar los disparatados argumentos que aluden la existencia de una “guerra económica”. Como el gobierno no puede con el problema, y ha evidenciado al respecto una terquedad casi demente, urde el libreto de una especie de radionovela. Son los ricos los que suben los precios; estos no bajan porque no nos quieren. En los predios de Venezolana de Televisión nadie habla de inflación: la norma es hacer alusión a “la especulación”. El fenómeno de la complejidad descrita es presentado como una suerte de antojo. Las causas reales del grave problema inflacionario en Venezuela, salvo en contados eventos de carácter académico, no son evaluadas por nadie en las esferas del oficialismo. Se trata de presentarle a la audiencia unos engañosos spots en las cuales manos inocentes relatan alguna experiencia cooperativista con aditamentos afectivos, o se ejecute un ejercicio comunicacional fraudulento de carácter masivo presentando empaques de café o leche con un corazoncito socialista para proyectar una inexistente sensación de productividad a manos llenas. Nada se dice sobre aquello que a todos debería resultarnos obvio: que en el vecindario latinoamericano naciones como Uruguay, Colombia, Chile o Perú, los dígitos de inflación presentan un promedio de 2 y 3 por ciento anual —números que en este país se toman con toda tranquilidad un mes—, sin controles cambiarios, sin fiscales de precios y en un entorno de absoluta disponibilidad de toda suerte de bienes en sus automercados y dispensarios, según reportó ProdaVinci.

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