VenePirámides
Prodavinci reportó que desde hace varios años el término hipersexualidad sirve para referirse a dos conceptos que quedaron en desuso: ninfomanía, padecimiento femenino también conocido como “furor uterino” y que se consideraba un trastorno de la psique que consistía en una obsesión por el sexo y una altísima líbido, y la satiriasis, que no es otra cosa que su versión masculina.
Se supone que sus nombres provienen de los míticos bosques de la imaginería grecorromana, donde los sátiros, mitad hombre mitad animales, acechaban con lascivia a las ninfas, deidades menores de la naturaleza. En la actualidad, ni la ninfomanía ni la satiriasis se consideran trastornos mentales, aunque siguen siendo considerados enfermedades. Esto tiene que ver con dos factores principalmente: el primero es que los niveles para determinar cuánto es demasiado sexo está sujeto al debate; el segundo es que la hipersexualidad también se manifiesta en individuos sanos cuando la testosterona, en los hombres, o el estradiol, en las mujeres, tienen niveles elevados.
Si bien la mayoría de los estudiosos coincide en que sólo debe hablarse de trastorno cuando el comportamiento sexual es motivo de incomodidades o se convierte en un obstáculo para llevar a cabo las tareas diarias con un comportamiento socialmente apropiado, el asunto es que el deseo sexual puede variar de tal manera que lo que para alguien resulta un normal deseo sexual, para otro puede parecer excesivo o muy bajo.
Hemos buscado en la literatura especializada la expresión “ninfomanía de divisas”. Revisamos desde Adam Smith hasta Paul Krugman, pasando por Karl Marx, y no hemos encontrado ninguna referencia patológica al deseo sexual exacerbado por las monedas extranjeras. Sí encontramos, por ejemplo, que cuando una moneda se sobrevalúa como consecuencia de que la inflación de ese país es mayor a la inflación de sus principales socios comerciales y el tipo de cambio no se ajusta de forma correspondiente, los bienes importados se abaratan y se activa, en consecuencia, un incremento de las cantidades demandadas de bienes importados, que se traduce en un incremento en las cantidades demandadas de divisas. No en vano se importaron en Venezuela el año pasado 59.000 millones de dólares. No en vano, aún con control de cambios, se han fugado de Venezuela más de 120.000 millones de dólares desde el 2003. Una fiesta digna del dios Pan, dirán algunos.
Nada más alejado de un trastorno mental ni de una enfermedad que el deseo de maximizar el uso de tus recursos y de proteger el patrimonio personal. La sobrevaluación de la moneda es, en efecto, un desequilibrio, pero es un desequilibrio cuyas causas no operan en el terreno de los deseos sexuales ni las adicciones, sino más bien, en el de las políticas económicas. Curiosamente, no hay consenso de que exista cura de la ninfomanía, pero la literatura médica recomienda, en todo caso, atender sus causas antes que tratar las consecuencias. En eso no hay diferencia con la economía, si no eliminas las causas, el problema se mantendrá.
Hay que tener cuidado con las metáforas que usamos para describir la realidad, pues se sabe que tienen poderosas consecuencias. Hablar de ninfomanía de divisas supone que el problema —la enfermedad— está en la gente y no en las políticas económicas. Hablar de ninfomanía de divisas desplaza la culpa a los enfermos y exonera de responsabilidad a lo conductores de la economía. Sin embargo, la realidad siempre termina sobreviviendo a las metáforas que usamos para describirlas: mientras las causas del problema sigan allí, las divisas continuarán siendo ese oscuro objeto del deseo.
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