VenePirámides
Angel Alayón publica en ProDaVinci unas consideraciones interesantes sobre la novísima Tarjeta Electrónica de Racionamiento (TER) que por su importacia reproducimos para ustedes:
Nicolás Maduro lo anunció con un nombre rimbombante: “Tarjeta de abastecimiento seguro”. No habló de racionamiento: ‘no hay que nombrar lo malo’, recomiendan siempre los expertos en branding. Pero la explicación del objetivo de la tarjeta reveló las consecuencias de su implantación: la tarjeta servirá “para acabar con especuladores y bachaqueros” a través de su uso por parte de los consumidores en las redes de distribución estatales. Unamos los puntos: la tarjeta de abastecimiento seguro sólo puede contrarrestar a los especuladores y bachaqueros si y sólo si raciona las ventas; es decir, si y sólo si la tarjeta es un mecanismo que limita cuánto y qué pueden comprar los ciudadanos. La lógica subyacente es la presunción (lógica, que ya han hecho pública) de que hay gente que compra productos en las redes de estatales de distribución para venderlos por fuera a un precio mayor o contrabandear. Por lo tanto, continúa el argumento, deben limitarse y controlarse las cantidades vendidas a los consumidores para combatir esas prácticas. Llámalo amor si quieres: bienvenidos al racionamiento del siglo XXI.
El racionamiento es la consecuencia directa de la escasez. Una escasez que tuvo como causa temprana en este siglo XXI la implementación de los controles de precios en el año 2003 y que se ha agravado luego del colapso del modelo cambiario, afectando a prácticamente todos los sectores de la economía venezolana. Las causas del problema no son los especuladores y los bachaqueros. Las causas del problema están en el modelo económico y sus políticas generadoras de escasez. Especuladores y bachaqueros son una consecuencia del modelo. De hecho, se puede afirmar sin sudar mucho que la presencia y actuación de especuladores y bachaqueros son una característica ineludible del modelo. El racionamiento no funciona para solucionar las causas de la escasez: sólo la administra, sólo la distribuye.
El retroceso no es poco: de un país en el que se distribuía la renta petrolera, a un país en el que se distribuye lo que ya no alcanza para todos.
Un país en el que el gobierno se encarga de distribuir ausencias.
Ya el racionamiento se había instalado en Venezuela antes de la “tarjeta de abastecimiento seguro”. En muchos establecimientos, privados o estatales, no te permiten llevar más de cierta cantidad de los productos escasos. Muchas veces el método de racionamiento es la cola, en la que los venezolanos pagan, además del precio en la caja, con su tiempo. El que llega más temprano a la puerta del comercio es el que obtiene el producto. En algunos sitios marcan a las personas con números en los brazos para evitar desórdenes públicos. Es la búsqueda del orden frente al anaquel vacío.
La tarjeta de abastecimiento es la formalización de un mecanismo de racionamiento que es inevitable (y lamentable) cuando hay insuficientes productos para satisfacer las cantidades que desean los consumidores.
El anuncio de la implementación de la “tarjeta de abastecimiento” es una pieza de información clave para entender qué espera el gobierno de la economía en el futuro cercano. Formalizar un sistema de racionamiento sólo puede significar una cosa: el gobierno considera que el problema de la escasez no podrá resolverse en el corto plazo.
La formalización del racionamiento nos hace viajar en el tiempo a los viejos y conocidos resultados del llamado socialismo clásico del siglo XX: un kilo de arroz al mes en Polonia, 460 gramos de pollo en Cuba, medio kilo de harina de trigo en Rumania, 700 gramos de azúcar en Vietnam. ¿Es el racionamiento una característica del socialismo del siglo XXI? ¿O el gobierno está dispuesto a girar el timón de la economía para combatir la escasez?
En Corea del Norte, las raciones de arroz se recortaron por primera vez en 1973. Quien recibía 700 gramos al mes empezó a recibir 607. En 1987, la ración cayó a 547gramos. El gobierno de Corea del Norte nunca ha llamado a estos recortes por su nombre. Estas disminuciones de las raciones de arroz han sido llamadas “donaciones voluntarias” al gobierno. En tiempos de escasez, el hambre se convierte en la última de las ofrendas de los ciudadanos a un gobierno que no puede garantizar la disponibilidad de alimentos.
Se trata del hambre como tributo. De eufemismos también se muere.
El hambre y los alimentos tienen una larga tradición como instrumentos del poder político. El racionamiento tiene un puesto destacado en esa larga historia de lamentos. Nunca se trata sólo de una respuesta burocrática contra la escasez. Se trata también de un mecanismo subyugante, un mecanismo de dominación, un mecanismo que ha sido utilizado con eficacia para el control político. Unos kilos de comida que fingen apuntar hacia los estómagos, pero cuyo último destino es el alma ciudadana.
La inflación es un problema superado en el mundo. La escasez ni siquiera se mide en países tan cercanos como Colombia o Brasil. La disponiblidad de bienes se da por descontado. Los ciudadano de esos países no se preocupan sobre conseguir los alimentos o las medicinas que necesitan cada vez que van al mercado o a la farmacia. Tampoco temen que alguien les diga que no pueden comprar las cantidades que quieran de lo que deseen. ¿Estaremos a tiempo, como país, de voltear a los lados y reconocer que no tenemos por qué descender más en el abismo que nos ofrece un modelo económico cuya característica emblemática es la escasez?
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