VenePirámides
“¡Conseguimos cinco mil millones de dólares, en efectivo!“ Con esta ésta exclamación de júbilo regresó el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de su gira a China, el último reducto planetario que le ha quedado a Venezuela para conseguir algún dinero fresco que permita palear una crisis de pagos externa que se desarrolla en cámara lenta. Por el momento, el gobierno parece decidido a evitar una suspensión de pagos de las obligaciones externas que tiene la República por servicio de deuda, trasladando la crisis al sector privado doméstico con la aplicación de un racionamiento más severo para la asignación de divisas que van al pago de importaciones y otros compromisos.
Pero la situación ha levantado ya alertas internacionales. Los gobiernos de Panamá y Colombia, presionados por sus sectores empresariales, reclaman el pago de deudas millonarias. Martinelli y Santos, por ejemplo, se movieron recientemente a Venezuela para abogar por una salida al problema de la suspensión de pagos y de la deuda que tienen las empresas venezolanas con la zona de Colón, en un caso, y con las empresas exportadoras del Norte de Santander en el otro. El retraso y la suspensión de pagos que tiene el sector privado venezolano y las empresas importadoras del gobierno es de tal magnitud, que en algunos casos ha provocado la suspensión de los despachos y de las cartas de crédito por parte de los proveedores externos.
Ésta es, en parte, la explicación de por qué en Venezuela hay una escasez de bienes que va desde el papel higiénico hasta repuestos básicos para maquinarias y equipos. La otra explicación desde luego está en la mermada capacidad que tiene el sector empresarial venezolano para encarar las necesidades internas de la economía. El gobierno chavista ha cavado las fosas de un gran cementerio empresarial con años de hostigamiento y de pésimas regulaciones y controles.
Pero vayamos al meollo del asunto: ¿qué es lo que realmente buscaba Maduro en China y qué fue lo que consiguió? Maduro fue a China a entregar una serie de prebendas y facilidades para las inversiones de ese país en Venezuela a cambio de una línea de crédito que le permita atender la crisis externa. Pero el gobierno chino fue tajante y parece haber dejado claro que ellos no dan líneas de crédito de ese tipo a otros gobiernos, sino más bien financiamiento atado a proyectos específicos.
Así que Maduro se limitó a firmar 28 acuerdos, entre los cuales destacan la entrega del bloque Junín 1 de la Faja Petrolífera del Orinoco, la entrega del mapa minero de Venezuela y del proyecto de minas de Las Cristinas, un convenio de compras multimillonarias de electrodomésticos a la empresa china Haier y la renovación del Fondo Conjunto Venezuela-China. La renovación del Fondo Conjunto le permite disponer a Venezuela (o al gobierno de Maduro) de hasta 5 mil millones de dólares de financiamiento para proyectos específicos.
En particular, se sabe, por boca del mismo Presidente Maduro, que los recursos de ese fondo se usarán para importar 2.000 autobuses fabricados en China, para construir 4.500 unidades habitacionales por parte de empresas chinas en Venezuela y para la siembra de más arroz y soja en tierras venezolanas, insumos fundamentales en la dieta del pueblo chino. Venezuela debe además aportar mil millones de dólares al Fondo Conjunto, justo en un momento en que sus recursos líquidos en dólares escasean. No más advertir que el Banco Central de Venezuela dispone de reservas líquidas por sólo 900 millones de dólares, pues el resto es oro, la mayor parte del cual unos sabios decidieron enterrar en bóvedas locales, dejándolo por el momento sin ningún valor internacional.
Lo que es peor, tan pronto el nuevo tramo de endeudamiento se haga efectivo Venezuela comienza a repagar de inmediato con barriles de petróleo, mermando aún más el flujo de ingresos petroleros efectivos de la nación y agravando la “situación de iliquidez”. Este tipo de contrato financiero con los chinos, por tanto, no vienen a solucionar la crisis de liquidez externa y, más bien, mete a Venezuela en una dinámica financiera claramente inestable.
La crisis de liquidez externa que exhibe Venezuela tiene un carácter que muy pocos en el gobierno parecen haber advertido. No es una crisis de carácter cíclico. No es el resultado de una baja en los precios del petróleo. Es una crisis de carácter estructural derivada, en lo fundamental, de un conjunto de obstáculos y cambios institucionales alrededor del manejo de la renta petrolera: convenios de ventas de petróleo con otros países que claramente afectan los ingresos efectivos de divisas del país, una creciente “entropía organizacional” a nivel de la industria petrolera y un entramado de ventosas por donde se escapa el grueso de los ingresos petroleros (a corrientes de gasto poco transparentes). A todo esto se le debe sumar un sector privado exportador de algunos bienes no petroleros en agonía y que extraña algún tipo de visión de desarrollo de la economía no petrolera.
Así, el dinero fresco para atender los requerimientos de la balanza de pagos ―que nos es lo que precisamente Venezuela ha conseguido del gobierno chino― sólo le permitiría al país ganar algo de tiempo para resolver agudos problemas estructurales. ¿Pero de cuánto tiempo estamos hablando? ¿Cuánto tiempo puede ganar el gobierno de Venezuela con una línea de crédito, por ejemplo, de 5 mil millones de dólares? La realidad es que la economía venezolana hoy día está en capacidad de devorarse ese monto de divisas en tan sólo un mes de importaciones.
Si el gobierno de Nicolás Maduro no encara decididamente la siniestra “arquitectura financiera” que el chavismo ha construido alrededor del manejo de la renta petrolera, a Venezuela no le queda más que sobrevivir con un control de cambios más severo y estricto (con consecuencias conocidas) o acudir al Fondo Monetario Internacional. Una opción, por cierto, con la que el gobierno ya ha coqueteado, según reportó ProDaVinci.
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