Ha sido interesante oír las declaraciones recientes de Nelson Merentes, Ministro de Finanzas, pues de ellas se desprenden, sin necesidad de mucho pensamiento abstracto, que el gobierno está buscando (sin encontrarlos) mecanismos desesperados para desanudar el enredo que la revolución misma ha creado con el absurdo control de cambio —con topping de Ley de Ilícitos Cambiarios— que tiene a la economía literalmente boqueando.
Pero lo interesante realmente no es que el ministro diga eso. Lo había hecho antes, de una y otra manera. Incluso desde que estaba en BCV, una de las razones por las cuales se creía que había sido nombrado en Finanzas: para representar a los pragmáticos en el nuevo gobierno y buscar soluciones más modernas que las que hemos visto en concreto. Lo clave es que lo diga así, como si lo dijera usted o yo. Es decir: como cualquier otro que observa pero no tiene la capacidad de influir en las decisiones de Estado. Como si él no tuviera vela en ese entierro.
Merentes le ha dicho a cuanta misión extranjera que pasa por Caracas —que, por cierto, empiezan a reducirse dramáticamente al ritmo de la caída en el precio de los bonos venezolanos— que pronto habrá cambios inminentes en el modelo de control.
De lo que dicen entender los visitantes, uno interpreta que Merentes piensa que es imposible avanzar en la estabilización de la Economía sin permitir que las empresas tengan acceso a las divisas y sin que el mercado negro sea despenalizado. Que su propuesta concreta es regresar a un mercado múltiple legal, en el cual una parte de las importaciones reciba divisas baratas y las otras (no susceptibles a recibir dólares regalados por CADIVI y SITME) se realicen a través de algún mecanismo equivalente a la permuta del pasado, pero algo más regulado por el Estado.
Merentes parece partir de la premisa de que, tal como está el marco jurídico vigente, las acciones económicas del Estado están amarradas por una camisa de fuerza que los condena a mantener la locura que heredaron del gobierno anterior. Y me refiero al gobierno de Chávez y Giordani, no al de la Cuarta República, que ya parece tan lejano como el Imperio Romano (y resulta ridículo seguir echándole la culpa de todo).
Así que uno se pregunta: si el Ministro está tan clarito y, además, tiene razón, ¿por qué es que todavía seguimos en este merequetén? Probablemente la respuesta esté en el plano político y no en el de la racionalidad económica. Es evidente que, con la excepción de Giordani (quien tiene una teoría económica propia y creativa, distinta a la planteada en cualquier modelo moderno y exitoso que se ejecute en cualquier parte del mundo de hoy), todos los economistas, buenos, regulares y malos, por fin coinciden en que el cuento del control de cambios estricto y la subsidiadera a toda la economía es inaguantable. Y también están de acuerdo en que mantener el mercado paralelo prohibido e ilegal, lejos de evitar la crisis, le echa candela. Y en que la razón real de que el dólar negro sextuplique al oficial es la mezcla explosiva de ausencia de oferta con costos añadidos por la ilegalidad de sus operaciones, cuando la mismas son indispensables para que el país siga operando.
No hay ninguna otra forma de salir del ojo del huracán que no sea pagando el costo de los errores cometidos. Es decir: si quieren resolver el problema, tendrán que reconocer que la embarraron y asumir el costo de la devaluación y la inflación inicial (con todas sus implicaciones políticas), como el único medio para rescatar equilibrios a mediano plazo y poder maniobrar exitosamente en el futuro.
En una campaña electoral que se les ha convertido en plebiscito, los grados de libertad para tomar decisiones inteligentes pero costosas se restringen. Sin embargo, es preocupante saber que, desde el principio del gobierno de Nicolás Maduro, Merentes reconocía las causas de la crisis y aún no haya pasado nada para resolverla. No hay país que aguante la decisión de mantener el regalo de dólares a Bs. 6,30 (o Bs. 10, en el SICAD). La demanda es infinita y el precio es absurdo.
La historia ha demostrado sistemáticamente que una vez que permites que el precio del dólar innombrable toque un pico, incluso cuando hagas lo correcto, siempre regresará a ese punto alto. Porque lo que refleja el costo del dólar negro es la ausencia de oferta y la ilegalidad de operar con él. Si no se resuelves ambas cosas, es imposible bajar su precio.
Ha sido el propio Merentes quien se ha mostrado más claro en cuanto a la necesidad de apertura en el mercado cambiario, pero no ha avanzado en ese sentido. Tiene toda la razón cuando señala que el mercado negro está desatado debido a las restricciones legales, pero eso era algo completamente previsible desde el principio de las medidas de control cambiario. Ninguna de las distorsiones cambiarias de hoy puede sorprenderlos, porque es algo que sucede al establecer los controles y restricciones.
Desde cuando el precio del dólar innombrable cuadruplicaba el oficial, todas las voces alertaron sobre el impacto demoledor en la economía. Hoy, cuando lo sextuplica, las consecuencias son muchas y las acciones obvias. El Gobierno podría quemar algunas reservas para subsidiar parte del mercado, pero ni siquiera las reservas enteras le alcanzarían para subsidiar toda la economía nacional. No existe ninguna forma de rescatar equilibrios perdidos sino pagando el costo del error cometido (y sostenido durante tanto tiempo) y despenalizar el mercado negro.
El mercado negro es apenas una pequeña parte del mercado total, pero afecta toda la economía y determina su desenvolvimiento. Mientras más se tarden en abrirlo para restablecer el equilibrio, más alto será el costo a pagar en devaluación requerida. El problema cambiario que se vive en Venezuela no es un asunto de ingresos petroleros, sino de criterio económico. El control es devastador.
Es inviable que el gobierno persista intentando subsidiar con dólares baratos a toda la economía, pero no hay ingreso que aguante una hemorragia permanente de dólares regalados. La despenalización del mercado negro abrirá una nueva ventana para atender el problema de desabastecimiento y permitirá que la economía vaya recuperando poco a poco su capacidad de reacción, controlando la demanda excesiva de dólares con lo único que se puede controlar: el bloqueador del precio.
El Gobierno ha demorado mucho en tomar decisiones indispensables y, con la tasa de cambio negra actual, la brecha es tan estrambótica que los costos de salida serán estelares. Pero el costo de no hacerlo será infinitamente mayor, pues significa el colapso cantado de la oferta de bienes y servicios, además de la inflación galopante e imparable de la economía nacional.
El ministro Merentes tiene razón: hay que entregar divisas a los empresarios y liberar el mercado cambiario y, aunque sin duda tendrá costos políticos de corto plazo, la situación se vuelve desespero y cada semana que pasan haciéndose los pendejos se pagará con creces.
El Ministro parece haber hecho una modificación a la celebre frase del escritorio presidencial norteamericano que decía “la economía, estúpido”, adaptándola al caso venezolano: un potente: “El dólar, estúpido”, según reportó ProDaVinci.
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